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TERCER CAPÍTULO 

Para Carreño  Los hombres que viven en una sociedad civilizada no lo hacen para pelear y combatir entre sí, como en los tiempos primitivos, sino para auxiliarles unos a otros, haciendo así la vida más fácil y amable para todos.

 

 

Impulsando tanto al bienestar y el progreso de una nación como la sociedad y sus habitantes,  para esto son indispensables la cortesía, las buenas maneras, la tolerancia y el trato gentil entre unos a otros.

 

 

Debemos por eso tolerar, respetar y honrar y, si es posible amar en el sentido cristiano, a nuestros semejantes y con más razón a nuestros compatriotas, y proceder siempre de la misma manera como nosotros desearíamos ser tratados por ellos.

 

 

En una palabra, debemos hacernos amables, para poder ser amados y que de esta manera el principio cristiano de “amaos los unos a los otros”, pueda cumplirse plenamente en la práctica diaria.

 

 

Si todos somos mal educados, irrespetuosos, egoístas y, en vez de ayudar, maltratamos a nuestros semejantes sin consideración a su edad y condición, y pretendemos siempre para nosotros el primer puesto o la mejor tajada.

 

 

Si cedemos fácilmente a los arranques de la ira o del mal genio, sin importarnos nada la tranquilidad, el silencio, el reposo o el sueño a que los demás tienen también derecho, si denigrarnos y humillarnos a los otros como si fuéramos los amos del mundo, no seremos dignos de vivir en una sociedad civilizada y merecemos la universal reprobación.

 

Con hombres así la convivencia diaria se hará ingrata y amarga, cuando no francamente imposible.

DEBERES PARA CON NOSOTROS MISMOS

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